¿Qué son los cuidados?

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El término trabajo de cuidados hace referencia a todas aquellas tareas necesarias para sostener la vida y que, históricamente, han recaído sobre las mujeres.

Hablamos de una cantidad y una variedad ingente de trabajos que desbordan, con mucho, la atención a la dependencia y a la infancia, pues los “cuidados” abarcan todas aquellas tareas imprescindibles para que la vida continúe funcionando día a día, p.ej.: limpiar la casa, programar todas las labores, ayudar en las tareas de aprendizaje, pagar facturas, cambiar pañales, coordinar, supervisar y planificar el día… con lo que la carga no es sólo física, sino también emocional.

Los cuidados son el proceso de reconstrucción cotidiana del bienestar físico y emocional de todas las personas. Son “todas aquellas actividades que nos sirven en lo cotidiano para regenerar y sostener la vida” (Amaia Pérez Orozco y Alba Artiaga Leiras). Lo que defiende la economía feminista es que todas las personas somos vulnerables (todas necesitamos cuidados de una u otra intensidad diariamente) y, por tanto, interdependientes, lo cual exige que todas estas “labores” sean abordadas desde lo común.

Características

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Se suelen identificar porque:

  • Están asociados a las mujeres, y se reparten entre ellas en condiciones de desigualdad (las llamadas “cadenas globales de cuidados”);
  • Están mal remunerados y con unas condiciones laborales muy precarias (p. ej. personal al servicio del hogar familiar) o, en el caso de cuidadoras o cuidadores no remunerados, no existe retribución económica a cambio;
  • Son los que han sostenido la vida en un contexto en el que el cuidado de la vida colectiva no es la prioridad.

¿Qué motiva esta situación de los cuidados?

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No es posible exponer la razón de ser de los cuidados sin hacer referencia al capitalismo y el patriarcado, puesto que afectan a la (in)visibilización, (infra)valoración y distribución desigual de los mismos.

CAPITALISMO VS CUIDADOS

El modelo socioeconómico capitalista hace una separación entre:

  • el espacio público, donde se sitúan las actividades productivas, las que tienen valor en el mercado (la economía monetizada),
  • y el espacio privado, donde se desarrollan los trabajos de cuidados que se encargan de mantener y reproducir la vida (y, por tanto, la fuerza de trabajo). Son las llamadas tareas reproductivas.

En consecuencia, para la economía neoliberal sólo es trabajo el empleo remunerado por un salario, “dicho salario -se supone que- permite a los hogares adquirir todos los bienes y servicios necesarios para la subsistencia de las personas del hogar, reproduciéndose de esta manera la fuerza de trabajo que vuelve a ser contratada por las empresas. En ningún momento se considera la necesidad de realizar trabajo doméstico y de cuidados” (Cristina Carrasco Bengoa).

Es cierto, el salario permite adquirir bienes y servicios, pero no todos los necesarios, siendo imprescindible la transformación de los bienes (p.ej. elaboración de la comida) y la realización de servicios (pagar facturas, limpieza,…), todas ellas actividades englobadas por el trabajo de cuidados, paradójicamente infravaloradas y, por tanto, invisibilizadas por el actual sistema, donde lo que prima es lo monetario y el crecimiento económico está en el centro, instaurándose así la pugna denominada por la economía feminista como “capital-vida”.

Decimos que esa invisibilización es paradójica porque son esas mismas tareas esenciales las que permiten que quienes se benefician de ellas queden sin responsabilidades y plenamente disponibles para el trabajo mercantil, tal y como lo exigen las empresas, gracias a ellos -a los cuidados-, la producción de mercancías es posible. Por este motivo, desde la economía feminista, se exige que estos costes (los riesgos vitales) dejen de estar privatizados (en los hogares) y que, por tanto, se socialicen, pasando a ser responsabilidad no sólo de las mujeres, sino también del Estado, de las empresas, de los hombres y de la sociedad en su conjunto.

El capitalismo ha conseguido convencernos de que somos seres autosuficientes, pero no es así, somos:

  • Seres INTERDEPENDIENTES (porque la vida es vulnerable y esto hace que necesitemos del conjunto de la sociedad para poder vivir, individualmente no somos capaces de sobrevivir), lo que ocurre es que esa interdependencia no se vive desde la reciprocidad (cuidándonos de forma mutua) sino desde la asimetría (cargando a las mujeres de los cuidados) y
  • ECODEPENDIENTES porque dependemos del bienestar medioambiental para nuestra propia supervivencia. Por lo tanto, es tan importante cuidar de las personas como del planeta, cuyos recursos son limitados, con lo que para vivir bien será necesario hacerlo desde la austeridad y no desde el consumismo y la acumulación. Es fundamental plantearnos ¿qué necesitamos para que la vida sea buena? ¿es posible vivir mejor con menos?

¿Por qué necesita el capitalismo vendernos esta falsa realidad? Porque para la productividad mercantil y la acumulación material lo que interesa es el que se ha denominado como Homo economicus, que se asienta en la falsa autosuficiencia.

Los mercados capitalistas necesitan individuos aislados (sin responsabilidades), autosuficientes, racionales y egoístas, que tomen las decisiones mediante un proceso individual y racional de maximización de la utilidad. Las ecofeministas hablan del hombre BBVAh, es decir: el sujeto blanco, burgués, varón, adulto, con una funcionalidad normativa y heterosexual.

Como podéis intuir, no existe ninguna persona con estas características, solo es posible que los hombres lleguen al mercado en estas condiciones si alguien (normalmente una mujer) se encarga de todos los arreglos del día a día. La teoría de la sostenibilidad de la vida se presenta como una alternativa a esta falsa concepción de la realidad, basada en la cooperación y en buscar el bienestar común.

Esta invisibilización del trabajo de cuidados se puede apreciar en la metáfora del iceberg del cuidado. Como todas las personas sabemos, la peculiaridad de un iceberg es que sobre la superficie solo se ve una pequeña parte del hielo que lo conforma, quedando escondida debajo del agua la mayor parte del mismo (unas diez veces más de lo que percibimos). La metáfora viene a recordarnos que esa punta del iceberg está sostenida por elementos invisibles, pero imprescindibles para mantenerla a flote.

Los trabajos de cuidados son, por tanto, el sostén invisible, que permanece debajo del agua, imprescindibles para que se produzca el trabajo productivo, sí reconocido social y económicamente, es decir, aquél que aparece en las encuestas de población activa. En definitiva, el trabajo que sostiene la vida, que permite nuestra supervivencia, no cuenta.

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Patriarcado vs cuidados

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Como comentábamos, el patriarcado también tiene un efecto importante en los cuidados, éste ha asociado la esfera privada (el hogar) a la feminidad. Además, ha idealizado el cuidado, vinculándolo no solo a la mujer, sino al amor y al altruismo (características que los estereotipos de género han asignado a la mujer), lo que las presiona a una especie de autoinmolación, siendo difícil admitir que, en muchas ocasiones, los cuidados no se realizan por amor, sino por obligaciones morales socialmente construidas, y que no son tan rosados como se pintan, acarreando agotamiento físico y sentimental.

Según la OIT, en cómputo global, las mujeres dedican tres veces más tiempo que los hombres a los cuidados. Esta diferencia desemboca en desigualdad de género en el trabajo, viéndose las mujeres obligadas a trabajar en empleos temporales, mediante jornadas parciales y en condiciones precarias.

Por estos motivos, surge la brecha salarial de género y, la denominada por la OIT, como “brecha de género en términos de horas trabajadas a cambio de una remuneración” u otros fenómenos relacionados con el mundo laboral como: el suelo pegajoso o el techo de cristal, entre otros. En definitiva, una manifestación más de desigualdad de género en el trabajo.

Todo ello, provoca mayor pobreza de las mujeres respecto de los hombres, no sólo en los salarios durante su vida laboral, sino también en la menor protección social para su vejez (feminización de la pobreza, consultar el glosario al final de la guía).

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IDEAS CLAVE

 

Las mujeres con descendencia tienen muchas menos probabilidades de estar empleadas que los hombres
Las mujeres dedican tres veces más tiempo que los hombres a los cuidados

“EL PROBLEMA DE LA MUJER SIEMPRE HA SIDO UN PROBLEMA DE
HOMBRES“ (SIMONE DE BEAUVOIR)

Los cuidados en distintas áreas geográficas

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ISCOD a través de la cooperación sindical trabaja en distintas zonas geográficas, principalmente el Norte de África y Latinoamérica. Recogemos aquí datos de los dos países con los que estamos trabajando, en la actualidad, directamente sobre la situación en que se encuentran los trabajos de cuidados y la corresponsabilidad.

EN MARRUECOS

La sociedad marroquí no ha estado exenta, en las últimas tres décadas, de cambios profundos, en diversas direcciones, en lo que respecta a las cuestiones vinculadas con la igualdad de género. Dichos cambios deben ser contemplados a la luz de diferentes prismas: en primer lugar, desde la perspectiva de cómo ha venido afectando la globalización neoliberal a la sociedad marroquí; en segundo lugar, desde la óptica de la extensión del wahabismo en el Magreb (vertiente saudí de un islam conservador); y en tercer lugar, sin perder de vista la complejidad, heterogeneidad y riqueza identitaria de la sociedad marroquí, en la que coexisten el cambio y la tradición con múltiples variables en lo que atañe a la situación de la mujer (y del hombre) marroquí.

En efecto, la situación de la corresponsabilidad del hombre y la mujer en los cuidados de personas dependientes debe entenderse al abrigo de los factores anteriormente mencionados, sin perder de vista dos observaciones específicas.

Por un lado, el hecho de que las labores del hogar y de cuidados recaigan de manera general sobre las espaldas de las mujeres parece un fenómeno extendido tanto en el ámbito urbano como rural, trascendiendo a diferentes generaciones. Estas labores se desarrollan sin protección social alguna, a pesar de la existencia de un marco legal regulador. Y por otro lado, este aspecto alcanza especial gravedad por cuanto son las niñas las que comúnmente se hacen cargo de los cuidados (las llamadas petites bonnes), a veces en casa propia, a veces en casa ajena, expuestas a todo tipo de violencia y explotación laboral.

EN REPÚBLICA DOMINICANA

La situación de corresponsabilidad del cuidado entre hombres y mujeres en República Dominicana hay que analizarla a la luz del contexto regional de América Latina y el Caribe y, sobre todo, a la luz de la crisis generada por la COVID-19.

Actualmente en República Dominicana, en línea con la tendencia regional, la distribución de las responsabilidades en los cuidados es enormemente desigual y feminizada, generando una situación de sobrecarga laboral para las mujeres.

No obstante, esta condición ha estado, en gran medida, olvidada por las políticas públicas de la región. La pandemia de la COVID-19, tal y como se ha comentado, ha agudizado enormemente este problema estructural, ya que el aumento de cuidados no se ha traducido en un aumento de la corresponsabilidad entre hombres y mujeres.

Por lo tanto, incentivar políticas de cuidados y realizar campañas de sensibilización que promuevan la corresponsabilidad familiar resulta cada vez más necesario y urgente para lograr la igualdad de género. Si bien queda mucho camino por hacer, República Dominicana, recientemente, ha implementado algunas acciones para sensibilizar sobre estos temas, así como sobre la promoción de las masculinidades positivas (Campaña “En esta casa somos Equipo”). Además, la nueva Constitución de 2010 sienta las bases para implementar políticas de corresponsabilidad y conciliación de la vida laboral y familiar. Sin embargo, el país debería ir mucho más allá y ratificar el convenio 156 de la OIT que promueve tanto políticas de educación para que hombres y mujeres compartan las responsabilidades familiares como políticas públicas que involucren a los hombres en una distribución más igualitaria en las tareas del hogar y el cuidado de la familia.

A las riojanas también nos afecta

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En concreto, UGT – La Rioja, publicó el pasado 8 de marzo de 2021 el informe “La igualdad de género en el empleo en tiempos de pandemia” del que se extrae lo siguiente:

  • La asunción de las tareas de cuidados familiares por parte de los hombres aumenta en los permisos retribuidos mientras que los permisos no retribuidos son mayoritariamente femeninos. De hecho, las excedencias para el cuidado de menores y otros familiares siguen siendo abrumadoramente mayoría las mujeres. La falta de servicios públicos gratuitos o asequibles y de calidad obliga a que muchas mujeres (y algunos hombres) tengan que acogerse a las excedencias por cuidado de descendientes y demás miembros de la familia, a pesar de ser una licencia no retribuida y que supone el abandono del mercado de trabajo, que a veces se convierte en definitivo. En el año 2020, el 87,17% de personas que se acogieron a estas excedencias fueron mujeres. Entendemos que la falta de remuneración de las excedencias podría ser el principal motivo por el que los hombres no hacen uso de las mismas.
  • Además, no solo es que año tras año las mujeres sean las que solicitan mayoritariamente las excedencias, sino que el tener hijas o hijos influye negativamente en sus tasas de empleo. Así, la tasa de empleo de los hombres con descendencia es del 86,7% y sin ella del 77,6% con una diferencia de 9,1 puntos. Mientras que en el caso de las mujeres la tasa de empleo de las que son madres es del 68,1%, siendo inferior a las de las mujeres sin descendencia que es del 75,7%.
  • Si atendemos a los datos de la EPA del 2020, desde el 2º trimestre del 2020, cuando la causa de dejar su último trabajo es el cuidado de menores o personas adultas enfermas, con discapacidad o mayores, las mujeres constituyen el 79% del total de personas paradas por esta causa. Y en los casos de inactividad, el porcentaje de mujeres que abandonan el trabajo por cuidado asciende al 89% del total de personas inactivas por esta causa.

A nivel estatal, el propio Informe de Progreso 2020 afirma: “implica –el trabajo de cuidados– una sobrecarga que genera un importante coste emocional en la salud de las mujeres que es preciso hacer visible y abordar”.

 

“Se genera un círculo vicioso entre cuidados – desigualdad – precariedad – exclusión y pobreza”. Las mujeres, cuanto más pobres son, más trabajos de cuidados realizan, porque no tienen recursos para poder contratar una parte de esos cuidados. Además, cuanto más cuidan, más dificultades tienen para salir de la pobreza porque tienen más limitaciones para conseguir un ingreso diario o para formarse”

(Raquel Coello Cremades).

Los cuidados en crisis. Especial mención al contexto actual

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Se habla de crisis de cuidados para hacer referencia a la quiebra que ha sufrido el modelo de cuidados expuesto, profundamente injusto sí, pero que garantizaba una “aparente paz social”. Esta fractura del sistema viene motivada por distintos factores:

  • El envejecimiento de la población que provoca un aumento de la tasa de dependencia, y por tanto, una mayor carga de trabajo de cuidados.
  • Los cambios en las estructuras familiares, que ahora tienden a ser nucleares, incluso monoparentales;
  • La progresiva incorporación de la mujer en el mercado laboral, lo que le deja con menor disponibilidad para el trabajo de cuidados, generándose la denominada “doble presencia-ausencia” de las mujeres (que no consiguen introducirse por completo y en condiciones de igualdad en el mercado laboral, pero tampoco terminan de encajar en el modelo de madre/cuidadora al emplearse).
  • “La transformación de la identidad social femenina ya no privilegia forzosamente la familia como ámbito de autoreconocimiento y legitimación de su papel social, se plantea la maternidad en términos de elección y no de destino. La posibilidad de que las mujeres sean sujetos políticos de derecho se percibe como algo vinculado a la consecución de independencia económica a través del empleo. El trabajo doméstico pasa a verse, desde algunos sectores, como una atadura del pasado de la que hay que huir lo más rápidamente que se pueda” (Agustina Grasso).
  • El modelo urbanístico que dificulta el cuidado de la vida humana: la existencia de carreteras hace imposible que la infancia acuda al colegio sin supervisión, además, estas grandes urbes dificultan la generación de redes sociales de apoyo al cuidado, así como alejan los distintos espacios físicos donde se desarrolla la vida, impidiendo simultanear tareas; entre otros.

 

Ilustración: Amaia Orozco, Cadenas globales de cuidados. UN-INSTRAW, 2010
Ilustración: Amaia Orozco, Cadenas globales de cuidados. UN-INSTRAW, 2010

Cadenas globales de cuidados: la solución desigual de la crisis de cuidados
Los países del Norte “solucionan” esta crisis a través de las “cadenas globales de cuidados”, concepto que hace referencia al fenómeno por el cual las mujeres se reparten los cuidados en condiciones de desigualdad. Por ejemplo, una familia española contrata a una persona migrante para cuidar al abuelo dependiente, pero ésta a su vez deja a sus hijos en su país de origen, donde su abuela se hará cargo de ellos.

Y llegó la pandemia…

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De esto estábamos hablando cuando estalló la pandemia por COVID-19 y se hizo más palpable esta crisis de la vida.

Desde marzo de 2020 se han ido tomando medidas de distanciamiento social y de confinamiento en todo el mundo, medidas que han supuesto un crecimiento cuantitativo y cualitativo de los cuidados (p.ej. madres asumiendo el papel de maestras, tareas de desinfección del hogar, cuidado de personas enfermas, teletrabajo…). Medidas que han reducido los arreglos formales (ej. escuelas, contratación de personal para el cuidado…) y los informales (constituidos por el apoyo comunitario que ejercen las familias, el vecindario, etc.).

En cuanto a las personas trabajadoras del hogar (principalmente mujeres migrantes y que serán protagonistas de la siguiente guía), cabe decir que han sido de las más afectadas, especialmente las personas en régimen interno que se han visto obligadas a confinarse en el domicilio del empleador

sin posibilidad de volver a sus casas y atender sus propias necesidades. Pero no sólo las internas, otras muchas fueron despedidas sin derecho a indemnización, debiendo replegarse en sus casas sin opciones, y las que continuaron en su puesto de trabajo lo hicieron sin medidas de protección. Si a todo ello añadimos el alto índice de informalidad del sector, es decir, de trabajo “en b”, podemos prever las consecuencias que tendrá la pandemia para este sector asignado a mujeres que, en condiciones “normales”, ya viven en situación de vulnerabilidad.

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